El Pacífico colombiano es cuna de hombres y mujeres que escriben capítulos importantes en distintos escenarios de la historia contemporánea del país. Para el Quibdó African Film Festival, son una herencia viva para las nuevas generaciones. Herencia que nos permite afirmar que la región está llena de personajes e historias mágicas. Protagonistas de filmes subjetivos que no necesitan de la pantalla grande para brillar y dejar huella.
Betty Garcés
El idilio de la ópera y la intrínseca musicalidad primaria
Mientras el público contiene el hálito y encarcela los murmullos para no manchar la
sublime arquitectura operística de Ariadna en Naxos (Richard Strauss), la bonaverense
Betty Garcés Bedoya deja salir un re agudo (D6), nota exclusiva de una soprano lírico
spinto, que eriza la piel. Excelso, mágico, digno de todo elogio. Aplausos al unísono
inundan el lugar.
Lo que ninguno de los espectadores imagina es que esa nota fue parida con el mismo
sentimiento que despiden las voces de las cantadoras del Pacífico colombiano cuando
la marimba, el cununo y el guasá encienden un fuego invisible pero vivo que enciende
los corazones.
Puede que estas mujeres desconozcan el universo de una soprano, pero cuando
entonan un arrullo o un alabado, no tienen nada que envidiarle ni a la mismísima María
Callas. Sí, el parangón suena irrisorio y hasta absurdo. Pero hay que escucharlas para
entender que cuando Garcés pisa el escenario, empapada de una emoción genuina,
con el alma desnuda y dispuesta a conmover hasta la última persona que alcanza a
verse desde allí, su cuerpo físico se convierte en un cuerpo colectivo donde la
musicalidad primaria establece un poderío absoluto.
Óperas legendarias como Carmen, Le nozze di Figaro, Suor Angelica, La forza del
destino, Turandot, La Bohème, Cosí fan tutte y Giulio Cesare, se visten tímidamente
con la pasión y el sentimiento propio de las poblaciones afrodescendientes de esta
región de Colombia. La razón es simple: concebirla separada de sus raíces musicales,
es imposible.
Si el oído fuese más perceptivo y esculcara en lo más profundo de ese D6, escucharía
sutilmente voces femeninas cantando música tradicional a todo pulmón en las fiestas
patronales de la ciudad y los eventos organizados por la alcaldía municipal en sus
inolvidables años escolares. Gracias a la memoria visual y la memoria emotiva, puede
darse el lujo de perfumar a la Ariadna de Richard Strauss con los aromas de los
territorios sonoros que son irremplazables y obligatorios en su construcción como ser
humano.
Si ese oído fuese más osado y se decidiera a sumergirse en lo más profundo e
invisible, también escucharía en ese re agudo los cantos amorosos de su abuela
Eufemia, la raíz sagrada y los latidos de su corazón. Aunque ella ya no habita este
mundo, no deja de mimarla y cuidarla de todo mal. Ella también forma parte de esa voz
que roba suspiros y despierta lágrimas.
En el universo subjetivo de Betty, niña adulta que ama convertirse en personajes
distintos, la magistral cantante lírica Jessye Norman, una de sus más grandes
influencias, a quien descubre gracias a Ivonne, su profesora, convive felizmente con
personajes entrañables de la cultura bonaverense como el músico Enrique Urbano
Tenorio, mejor conocido como Peregoyo, el creador del inolvidable Combo Vacaná; y
Margarita Hurtado Castillo, la Trovadora del Pacífico.
Es momento de regresar al escenario y deleitarse con los lamentos de Ariadna por la
partida de Teseo, su amante. Una Ariadna cuya voz baila currulao con la ópera de
Strauss y Hofmannsthal, logrando algo admirable: el nacimiento de un amorío intenso
de la ópera con la musicalidad primaria de una mujer afrodescendiente que agradece
su historia de vida y abraza sus raíces.
Comúnmente se piensa que una persona oriunda del pacífico colombiano debe cantar
música tradicional por el simple hecho de nacer y crecer dentro de un contexto
sociocultural y apropiar las tradiciones del territorio. Pero Garcés Bedoya nos enseña
que el orgullo de ser afro también brilla en las creaciones de George Bizet y Pierre-
Augustin Caron de Beaumarchais.
Nacida en el puerto de Buenaventura, hija orgullosa del profesor José Garcés y la
artista Isabel Bedoya, inicia su travesía musical en el Conservatorio Antonio María
Valencia de Cali. Para fortuna de la música, su sueño de aprender a tocar guitarra pasa
a segundo plano y audiciona para estudiar canto.
Un nombre se hace obligatorio: Francisco Vergara. Enamorado perdidamente de su
voz, logra que la exministra de cultura Mariana Garcés, directora de la Casa Proartes
en aquellos días, la apoye económicamente para viajar a Alemania y proseguir con sus
estudios de canto.
De ahí en adelante la travesía se convierte en una lección diaria de perseverancia,
pasión, determinación y espíritu imbatible. Es así como llega a Colonia, la cuarta ciudad
más grande de Alemania, y obtiene un cupo para estudiar un Máster en Artes.
Seguidamente, la Royal Opera House premia su talento y la admite en un programa
juvenil y estudia dos maestrías en Hannover.
Silencio sepulcral en el teatro. Zerbinetta hace su aparición triunfal para consolar a
Ariadna. La voz de Garcés deja salir otro D6 y vale la pena que el oído se adentre en lo
más profundo de aquel sonido angelical para enterarse de que su bisabuelo materno
fue saxofonista y su abuelo, un hombre que no gozaba de visión, tocaba con destreza
la dulzaina. Cuando Betty canta, se debe escuchar con una curiosidad insaciable y
esculcar cada nota que deja escapar de sus labios porque son parlanchinas.
Es ineluctable mirar su rostro y evocar a legendarias cantantes de jazz como Ella
Fitzgerald y Sara Vaughan. Su belleza clásica es un deleite y sus ojos gritan con placer
que sigue siendo esa niña tímida y callada que observaba las chirimías en las esquinas
de Buenaventura. La única diferencia es que hoy es una niña adulta que disfruta
convertirse en un personaje fantástico, digno de un cuento de hadas.
Su nombre y su talento son aplaudidos en países como Ecuador, Brasil, Chile,
Alemania, Inglaterra, Austria, Bélgica, Portugal, Estados Unidos y China. Deben
mencionarse escenarios como el Parco della Musica (Roma), las Iglesias de San
Eustaquio (París), la Iglesia de San Patricio y el National Opera America Center (Nueva
York). Mientras acumula más peldaños subidos, la gratitud eterna a la ciudad que la vio
nacer porque de ella provienen notas musicales excelsas e inolvidables.
El acto final. Betty, nuestra Ariadna de ébano, renuncia a sí misma para hacerse
sublime. Mientras el público contiene el hálito y encarcela los murmullos para no
manchar la arquitectura operística, un D6 retumba en el lugar y eriza la piel. Excelso,
mágico, digno de todo elogio. Aplausos de pie, un mar de emociones golpea con fuerza
el escenario.
Si el oído fuese más perceptivo y esculcara en lo más profundo de ese re agudo,
escucharía voces femeninas afrodescendientes cantando música tradicional a todo
pulmón; a su abuela Eufemia arrullándola amorosamente, a su bisabuelo tocando el
saxofón y a su abuelo materno amando a la dulzaina. Mejor aún, descubriría que ella
concibe el éxito propio como una oportunidad maravillosa para motivar a otros hombres
y mujeres del pacífico que desean emprender el camino de los sueños que se
muestran esquivos e inalcanzables.
Gracias a ellos, el pacífico siempre viajará en el equipaje sonoro de Betty Garcés
Bedoya y se hará eterno el amorío de la ópera y su intrínseca musicalidad primaria.
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