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Nuestros, orgullosamente nuestros

Actualizado: 18 ago 2022

El Pacífico colombiano es cuna de hombres y mujeres que escriben capítulos importantes en distintos escenarios de la historia contemporánea del país. Para el Quibdó African Film Festival, son una herencia viva para las nuevas generaciones. Herencia que nos permite afirmar que la región está llena de personajes e historias mágicas. Protagonistas de filmes subjetivos que no necesitan de la pantalla grande para brillar y dejar huella.

Betty Garcés · Soprano

Betty Garcés

El idilio de la ópera y la intrínseca musicalidad primaria


Mientras el público contiene el hálito y encarcela los murmullos para no manchar la

sublime arquitectura operística de Ariadna en Naxos (Richard Strauss), la bonaverense

Betty Garcés Bedoya deja salir un re agudo (D6), nota exclusiva de una soprano lírico

spinto, que eriza la piel. Excelso, mágico, digno de todo elogio. Aplausos al unísono

inundan el lugar.


Lo que ninguno de los espectadores imagina es que esa nota fue parida con el mismo

sentimiento que despiden las voces de las cantadoras del Pacífico colombiano cuando

la marimba, el cununo y el guasá encienden un fuego invisible pero vivo que enciende

los corazones.


Puede que estas mujeres desconozcan el universo de una soprano, pero cuando

entonan un arrullo o un alabado, no tienen nada que envidiarle ni a la mismísima María

Callas. Sí, el parangón suena irrisorio y hasta absurdo. Pero hay que escucharlas para

entender que cuando Garcés pisa el escenario, empapada de una emoción genuina,

con el alma desnuda y dispuesta a conmover hasta la última persona que alcanza a

verse desde allí, su cuerpo físico se convierte en un cuerpo colectivo donde la

musicalidad primaria establece un poderío absoluto.


Óperas legendarias como Carmen, Le nozze di Figaro, Suor Angelica, La forza del

destino, Turandot, La Bohème, Cosí fan tutte y Giulio Cesare, se visten tímidamente

con la pasión y el sentimiento propio de las poblaciones afrodescendientes de esta

región de Colombia. La razón es simple: concebirla separada de sus raíces musicales,

es imposible.


Si el oído fuese más perceptivo y esculcara en lo más profundo de ese D6, escucharía

sutilmente voces femeninas cantando música tradicional a todo pulmón en las fiestas

patronales de la ciudad y los eventos organizados por la alcaldía municipal en sus

inolvidables años escolares. Gracias a la memoria visual y la memoria emotiva, puede

darse el lujo de perfumar a la Ariadna de Richard Strauss con los aromas de los

territorios sonoros que son irremplazables y obligatorios en su construcción como ser

humano.


Si ese oído fuese más osado y se decidiera a sumergirse en lo más profundo e

invisible, también escucharía en ese re agudo los cantos amorosos de su abuela

Eufemia, la raíz sagrada y los latidos de su corazón. Aunque ella ya no habita este

mundo, no deja de mimarla y cuidarla de todo mal. Ella también forma parte de esa voz

que roba suspiros y despierta lágrimas.


En el universo subjetivo de Betty, niña adulta que ama convertirse en personajes

distintos, la magistral cantante lírica Jessye Norman, una de sus más grandes

influencias, a quien descubre gracias a Ivonne, su profesora, convive felizmente con

personajes entrañables de la cultura bonaverense como el músico Enrique Urbano

Tenorio, mejor conocido como Peregoyo, el creador del inolvidable Combo Vacaná; y

Margarita Hurtado Castillo, la Trovadora del Pacífico.


Es momento de regresar al escenario y deleitarse con los lamentos de Ariadna por la

partida de Teseo, su amante. Una Ariadna cuya voz baila currulao con la ópera de

Strauss y Hofmannsthal, logrando algo admirable: el nacimiento de un amorío intenso

de la ópera con la musicalidad primaria de una mujer afrodescendiente que agradece

su historia de vida y abraza sus raíces.


Comúnmente se piensa que una persona oriunda del pacífico colombiano debe cantar

música tradicional por el simple hecho de nacer y crecer dentro de un contexto

sociocultural y apropiar las tradiciones del territorio. Pero Garcés Bedoya nos enseña

que el orgullo de ser afro también brilla en las creaciones de George Bizet y Pierre-

Augustin Caron de Beaumarchais.


Nacida en el puerto de Buenaventura, hija orgullosa del profesor José Garcés y la

artista Isabel Bedoya, inicia su travesía musical en el Conservatorio Antonio María

Valencia de Cali. Para fortuna de la música, su sueño de aprender a tocar guitarra pasa

a segundo plano y audiciona para estudiar canto.

Un nombre se hace obligatorio: Francisco Vergara. Enamorado perdidamente de su

voz, logra que la exministra de cultura Mariana Garcés, directora de la Casa Proartes

en aquellos días, la apoye económicamente para viajar a Alemania y proseguir con sus

estudios de canto.


De ahí en adelante la travesía se convierte en una lección diaria de perseverancia,

pasión, determinación y espíritu imbatible. Es así como llega a Colonia, la cuarta ciudad

más grande de Alemania, y obtiene un cupo para estudiar un Máster en Artes.

Seguidamente, la Royal Opera House premia su talento y la admite en un programa

juvenil y estudia dos maestrías en Hannover.


Silencio sepulcral en el teatro. Zerbinetta hace su aparición triunfal para consolar a

Ariadna. La voz de Garcés deja salir otro D6 y vale la pena que el oído se adentre en lo

más profundo de aquel sonido angelical para enterarse de que su bisabuelo materno

fue saxofonista y su abuelo, un hombre que no gozaba de visión, tocaba con destreza

la dulzaina. Cuando Betty canta, se debe escuchar con una curiosidad insaciable y

esculcar cada nota que deja escapar de sus labios porque son parlanchinas.

Es ineluctable mirar su rostro y evocar a legendarias cantantes de jazz como Ella

Fitzgerald y Sara Vaughan. Su belleza clásica es un deleite y sus ojos gritan con placer

que sigue siendo esa niña tímida y callada que observaba las chirimías en las esquinas

de Buenaventura. La única diferencia es que hoy es una niña adulta que disfruta

convertirse en un personaje fantástico, digno de un cuento de hadas.


Su nombre y su talento son aplaudidos en países como Ecuador, Brasil, Chile,

Alemania, Inglaterra, Austria, Bélgica, Portugal, Estados Unidos y China. Deben

mencionarse escenarios como el Parco della Musica (Roma), las Iglesias de San

Eustaquio (París), la Iglesia de San Patricio y el National Opera America Center (Nueva


York). Mientras acumula más peldaños subidos, la gratitud eterna a la ciudad que la vio

nacer porque de ella provienen notas musicales excelsas e inolvidables.

El acto final. Betty, nuestra Ariadna de ébano, renuncia a sí misma para hacerse

sublime. Mientras el público contiene el hálito y encarcela los murmullos para no

manchar la arquitectura operística, un D6 retumba en el lugar y eriza la piel. Excelso,

mágico, digno de todo elogio. Aplausos de pie, un mar de emociones golpea con fuerza

el escenario.


Si el oído fuese más perceptivo y esculcara en lo más profundo de ese re agudo,

escucharía voces femeninas afrodescendientes cantando música tradicional a todo

pulmón; a su abuela Eufemia arrullándola amorosamente, a su bisabuelo tocando el

saxofón y a su abuelo materno amando a la dulzaina. Mejor aún, descubriría que ella

concibe el éxito propio como una oportunidad maravillosa para motivar a otros hombres

y mujeres del pacífico que desean emprender el camino de los sueños que se

muestran esquivos e inalcanzables.


Gracias a ellos, el pacífico siempre viajará en el equipaje sonoro de Betty Garcés

Bedoya y se hará eterno el amorío de la ópera y su intrínseca musicalidad primaria.

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