El Pacífico colombiano es cuna de hombres y mujeres que escriben capítulos importantes en distintos escenarios de la historia contemporánea del país. Para el Quibdó African Film Festival, son una herencia viva para las nuevas generaciones. Herencia que nos permite afirmar que la región está llena de personajes e historias mágicas. Protagonistas de filmes subjetivos que no necesitan de la pantalla grande para brillar y dejar huella.
Muy Hendrix, pero también es Hinestroza Barrios
Quibdó, una tarde de 1980. Mientras deja atrás el terruño, sentado en las piernas de su madre, un pequeño de cinco años admira con ingenuidad los rostros y los lugares que se cruzan en el camino. Los ojos alimentan su curiosidad pueril con la belleza natural del entorno, las risas contagiosas y los aromas emblemáticos de la culinaria chocoana. De pronto, una mujer mayor lava sus ropas en la orilla del río y les canta a sus ancestras para encomendarse a ellas. El pequeño memoriza hasta el más minúsculo de sus gestos, hasta que la pierde de vista y comienza oficialmente el viaje a Pereira, su nuevo hogar.
Es inevitable hablar del director Jhonny Hendrix y pensarse con cierto ingenio la primera escena de su filme subjetivo. En ese ejercicio creativo y osado, el pacífico colombiano debe llevarse los honores.
Si la escena gira exclusivamente en torno a él como observador insistente, un hábito que ha sido vital en su andar como cineasta, pierde sentido. Y eso es algo que Jhonny Hendrix Hinestroza Barrios, el ser humano orgulloso de sus raíces, el primer chocoano que brilla con luz propia en el cine colombiano y convierte día a día el poder de alcanzar los sueños en una herencia viva para los adolescentes y jóvenes de un departamento abrazado por las carencias y el olvido estatal, no le perdonaría a quienes se atrevan a escribir el guión de su historia.
Generalmente muchos confunden a Jhonny Hendrix con Jimmy, el legendario músico. Comercialmente, es un acierto. Imposible resistirse a esa combinación sonora que no pasa inadvertida. Muy Hendrix, pero también es Hinestroza Barrios.
Muy Hendrix, pero también es Hinestroza Barrios.
En ese orden de ideas, hay que escribir una escena clave en su filme íntimo: Pereira, una mañana de 1984. Con nueve años, más alto, con la misma mirada curiosa, el pequeño debe soportar el matoneo de varios niños mestizos por su color de piel. Las burlas son inmisericordes, pero no logran su cometido porque él abraza con orgullo sus raíces.
Sí, el racismo forma parte de la trama. Pero nuestro protagonista lo convierte en un poder que lo dota de cierta inmunidad emocional para no permitirse discursos lastimeros. Es mucho más empoderador transformar los malos momentos en aliados incondicionales que están ahí para recordar los pasos dados y los que faltan por dar. Enseñanza sagrada de sus padres en esos almuerzos vestidos de gastronomía típica del pacífico y cariño incondicional.
La imagen de su padre llevándolo al cine a los seis años se cuela sin permiso y hay que soltar una escena magistral para crear otra: una tarde de 1981 en la nueva ciudad. Lleno total en la pequeña sala. El niño fija la mirada, sin parpadear, en la pantalla grande. Risas fugaces. Un Totó de ébano, digno de protagonizar Cinema Paradiso, clásico italiano de Giuseppe Tornatore. El observador insistente de la primera escena se hace presente. Memoriza hasta el detalle más nimio de ese mundo fantástico que se posa ante sus ojos.
Es momento de un salto temporal. Años después, el Jhonny Hendrix adulto viaja en un bus con destino a Quibdó. No le quita los ojos de encima a un par de mujeres que conversan discretamente. Una de ellas confiesa que el padre de sus tres hijos es también su abusador. Los gestos del rostro son exactamente iguales a las del pequeño de cinco años en la primera escena. Memoriza con la velocidad de una liebre rostros, diálogos, expresiones, emociones liberadas. De paso, pone de pretexto la aciaga confesión para esbozar tímidamente los cimientos narrativos de Chocó, una de sus películas más aclamadas, estrenada en 2012.
Tras un cambio tan brusco de escena y contexto, el lector tiene derecho a preguntar por los años previos al éxito. Finalizados sus estudios de secundaria en 1991, perdidamente enamorado del séptimo arte, sin ninguna universidad que ofreciera la posibilidad de hacerlo, decide estudiar comunicación social y periodismo por la cercanía con lo audiovisual.
Tanto en aquellos días como hoy, la educación siempre ha sido una prioridad para la familia Hinestroza Barrios. Para su padre, el conocimiento es la mejor herencia que puede recibir un ser humano. Si bien el joven no termina sus estudios universitarios, las palabras de su progenitor grabadas en la mente, cambia la ruta en la búsqueda del aprendizaje que el aula de clases no le proporciona. En su película biográfica, se convierte en locutor y asistente de producción en una empresa de comerciales. Incluso, recoge cables. Toda experiencia es bienvenida para avanzar y alcanzar sus objetivos.
Allí radica el valor y significado de pertenecer a un hogar donde abundan el amor al trabajo y ganas de salir adelante. Mejor aún, portar dos apellidos vestidos de la pujanza heredada de sus antepasados, hombres y mujeres nacidos y criados en una región acostumbrada a resistir los embates de la pobreza y la falta de oportunidades.
El punto de giro sucede en la Cali de 2003. Con 28 años y un cúmulo de ires y venires, el Jhonny Hendrix criado en la cultura de la lucha limpia y el camino forjado a pulso, abre las puertas de Antorcha Films, proyecto empresarial de producción de cine y televisión. De aquí en adelante, la historia del chocoano se viste de escenas donde los desafíos y los triunfos conforman una dupla emocionante.
Con un andar pausado pero firme, el eco de su talento retumba en el gremio audiovisual de la capital vallecaucana. Jhonny Hendrix extiende sus alas para volar en un cielo propio, donde los imposibles revolotean como mariposas. Sí, muy Hendrix. Pero también es Hinestroza Barrios y esos apellidos merecen elogios y agradecimientos. Simbolizan los innumerables esfuerzos de una pareja afrodescendiente para sacar adelante a sus hijos, propósito de muchas familias del pacífico que migran a otras ciudades del país en busca de un porvenir próspero.
Otra escena clave de su filme subjetivo debe imaginarse y ser narrada: Cali, una tarde de 2006 en una calle del centro de la Sultana del Valle, locación de la película Perro come Perro, dirigida por Carlos Moreno. Mientras el alma de Moreno y la cámara se hacen uno, él, en su rol de productor, con su peculiar mirada, penetra hasta lo más profundo de la atmósfera ficcional. Dentro de aquella estética cruda, hay un todo armónico. Gracias a esta película, el nombre de Hendrix gana notoriedad en los festivales de cine más importantes del mundo.
En 2008, obtiene una beca de la Fundación Carolina para terminar el guión de Saudó, otra de sus joyas audiovisuales, estrenada en 2016, un viaje denso a lo más intrínseco de la espiritualidad que habita en Cértegui, municipio que visita con su padre a la edad de 11 años. Ese viaje, amerita imaginar una escena nocturna en el Chocó de 1986: sentado junto a su progenitor, el preadolescente Jhonny Hendrix escucha historias de brujas, rituales y mitos. Los ojos, hambrientos de relatos hipnotizantes , son su mente: almacenan la información sin dejar escapar ni un suspiro.
El personaje de Sixta, la anciana ciega que ayuda al protagonista a encontrar la cura para la enfermedad de su hijo, se asemeja a la mujer mayor que les canta a sus antepasadas en la escena imaginaria del primer párrafo. De seguro, esa mujer también forma parte de la Cértegui de ese entonces.
Entre el estreno de Chocó y el de Saudó, hay una distancia cronológica de cuatro años. Cuatro años en los que Jhonny Hendrix Hinestroza Barrios, el ser humano detrás del director de cine, prosigue con su filme subjetivo, ese que no necesita de la pantalla grande para cautivar a otros. No deja de protagonizar escenas donde el orgullo de ser afrodescendiente, su actitud triunfadora y las victorias alcanzadas le rinden homenaje al amor propio de ese niño que vive en carne propia el racismo en Pereira.
El parto introspectivo le permite traer al mundo en 2018 Candelaria, historia de amor que se desarrolla en la Cuba de 1994. El gran Jhonny Hendrix triunfa en Venecia y su nombre hace historia. Pero la historia más apasionante siempre será la que habita en sus dos apellidos. Allí moran los recuerdos del niño que crece en el eje cafetero y las memorias de esos almuerzos vestidos de gastronomía típica y risas al unísono. Escenas de un filme subjetivo que es un ejemplo de vida para los adolescentes y jóvenes soñadores del pacífico.
Sí, muy Hendrix y famoso. Pero también es Hinestroza Barrios.
Comments